miércoles, 24 de diciembre de 2008

Vaquero Galáctico


Albino era un pueblo chico. Ahí había un tipo honesto que se dedicaba a arriar vacas. Le gustaba su trabajo, era bueno para su trabajo, y su trabajo le daba para cuidar a su familia. A las vacas no les pudo haber tocado mejor arriero, porque este arriero se consideraba un artista del arriaje. A este arriero le llamaban no por su nombre, sino por su oficio, y una vez cuando le preguntaron “¿Cómo te llamas?” contestó “Arriero”, y le gustó. Arriero desenvolvía su vida en Albino, cuidando a su familia, cuidando a sus amigos, y cuidando a sus animales. El papá de Arriero, había sido Arriero, y su mamá, por lógica, esposa de arriero. Sus hijos, hijos de arriero se convertirían algún día en arrieros y se casarían con esposas de arrieros. A cualquiera que no fuera de ahí le parecería monótono, pero Arriero le gustaba verlo como si inmortalidad. Así había sido desde siglos atrás, así era ahora, y así seguiría siendo. En cada generación el arriero había perfeccionado la técnica de arriar. En estos días, Arriero había llegado a un método que a juzgar por él, no tenía rival, y sí lo tenía, a Arriero no le interesaba. Todos los días Arriero alimentaba a sus vacas con la pastura más fresca y cariñosamente cortada. Después de una ligera caminata para digerir el desayuno arriero las llevó a cepillar, antes de hacerles pruebas de sangre para detectar la presencia de bilis y asegurar la presencia de endorfinas, es decir, les hacía pruebas de felicidad. Después de la comida por lo general las invitaba ala sala, a escuchar la fonola, tocar la mitria, o jugar juegos de mesa que habían estado siempre en el baúl. Arriero se despertaba al amanecer, a tiempo para estar rasurado casi todos los días excepto cuando eran fechas especiales, y esta vez se trataba de su cumpleaños. Al rasurarse a la luz del sol, Arriero pensaba acerca de su vida. Invariablemente, le gustaba lo que encontraba al pensar. Todo tenía función y sentido. Se le venían a la mente imágenes de sus dos hijos en la pianola, su esposa en el violín, y su hija con una guitarrita vaquera. Aunque sólo lo imaginaba, estaba seguro de que al niño que su esposa llevaba en el vientre lo acompañaban cantos inaudibles pero existentes. Su teoría le provocó una sonrisa, que se cruzó con la navaja. Mientras cortaba un trozo de papel para parchar su error, entraron al cuarto en fila india entonando las mañanitas, la esposa del Arriero pesadamente embarazada y sus tres hijos, seguidos por la madre de Arriero presentando un pastel de tres niveles un poco chueco, con tres velas delgadas y largas y otras dos más que le resultaron un poco extrañas. Arriero abrazó a su mujer y le dio un beso en la frente a su mamá antes de sentarse a soplar las velas. Inhalo profundamente con sus pulmones de campo y sopló con fuerza para no tener que hacerlo dos veces. Las tres velas largas se apagaron inmediatamente, pero las dos extrañas se negaban rotundamente a apagarse. Cuando ya le empezaba a faltar el oxígeno, las dos velas se apagaron de repente, sin humo, sin brasa, sin nada. Cuando volteó a su alrededor, medio mareado pero orgulloso de su fuerza, se encontraba totalmente sólo. Ni una señal de la fiesta que había sucedido ahí hacía unos segundos. Arriero confundido busco primero en el cuarto, luego en la casa, luego en el rancho, y luego de nuevo en la casa. Sólo las vacas y su gato estaban ahí. Se sentó en un tronco caído y su desesperación era silenciosa, porque no había a quién decírsela… Después de unas horas, habiéndose olvidado de darle a las vacas de comer, llegó a la conclusión de que esto tenía que ver con las sucias velas (si realmente eran velas) que no se habían querido dejar apagar. ¿De dónde habían salido estas velas? De seguro su mamá las había obtenido de las tres criaturitas peludas y risueñas con las que la había visto hacía unos días. ¿Quiénes era estás criaturas? ¿Qué eran? De seguro sí las encontraba a ellas encontraría a su familia. En la noche, después de haber alimentado a las vacas con pastura reseca y de mala forma, se acostó sólo, con frío, y con su desesperación. Al día siguiente, sin haber dormido, y sin haberse rasurado, llevó a cabo su trabajo, distraído, esperando a su familia de regreso, entumido de miedo y desesperación. Así se acostó y así se levantó, sin dormir, a hacer lo mismo el día siguiente. Pasaron tres días. Meses y años. Siguió valiente, con lo poco que quedaba de su vida, esperando que todo volviera a la normalidad. A veces tenía la sensación de que todo había sido una pesadilla, que si se concentraba suficiente se podría despertar y ver a su familia. Pero esto era, por supuesto, la respuesta normal de una mente atrofiada por la soledad. Cómo no se había rasurado, no había tenido necesidad de verse al espejo. Un día de primavera, harto de los huisapoles que le plagaban la barba, decidió rasurarse. Cuando terminó no pudo quitar los ojos del espejo. Lo que vio lo asustó. Vio un hombre acabado y chamagoso. Este no era él, y no podía permitirse ser él. Se desnudó, llevaba años sin lavar su ropa, y se metió a la tina vacía y dejo de prohibirse llorar mientras abría la llave del agua fría serena. Cerró los ojos y metió la cabeza al agua helada. Al sacar la cabeza del agua y abrir los ojos, se quedó paralizado al ver una mujer con tentáculos en lugar de piernas, parada en su tina, vomitando tinta con cara de desesperación. En un impulso de pánico brincó de la tina y cayó boca abajo en el piso del baño. Cuando volteó su cara entintada, estaba otra vez, completamente solo. Esto había sido realidad o una alucinación muy convincente, porque la tina seguía llena de una tinta obscura. Cuando superó el asco y metió el brazo para quitar el tapón de la tina, se dio cuenta que en la tina se revelaban instrucciones detalladas para construir un tipo de transporte. Las instrucciones en español, indicaban que se necesitaban por lo menos 7 personas para construir lo que fuera que describieran. Como no había nadie en el pueblo fantasma, y la gasolinera hacía mucho se le había acabado la gasolina, decidió enseñarle a las 6 vacas más inteligentes a leer, a hacer operaciones matemáticas básicas, y a manejar herramientas con el hocico.
Entre los 7 construyeron este ambicioso transporte. La adaptaron turbinas de tambo a la casa que construyó cuando hacia mucho tiempo. Construyeron controles con instrumentos de granja, y reforzaron las ventanas como las instrucciones mandaban. Un día, después de mucho tiempo empleado en este proyecto, las vacas ingeniero lo despidieron deseándole suerte con su español quebrado, mientras las plantas de una casa de rancho flotaban sobre un pueblo vacío. Desde adentro, tras una ventana reforzada, él y su gato se despedían de ellas y se preparaban para una aventura que podía terminar en una explosión inmediata, o en un viaje interplanetario. Así, nerviosos, pero sin poder dar marcha atrás, ascendieron hasta salir de vista………

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